Comenzamos la temporada en Tignes y Val d’Isère.

Otro año más acabó el verano y empezó el otoño.

Otoño, esa estación de la transición; del calor al frío, de la luz a la oscuridad, de la alegría a la tristeza… pero esto no es así para los amantes de la nieve.

Para nosotros el otoño es esa época en la que empezamos a escudriñar la climatología en busca de tormentas, es la época en que cuando la gente se queja de la lluvia en Madrid nosotros esbozamos una media sonrisa pensando: “Esto es nieve en las montañas”, es la época de encerar los esquís y las tablas, y como colofón final empezar la temporada de nieve.

Y como ya es tradición, comenzamos la temporada de la mejor manera y en la mejor estación posible: Tignes.

100 personas ansiaban desde hace semanas volver a deslizarse por las maravillosas faldas de los Alpes, al cobijo de la Grande Motte y del glaciar de Pisaillas. Disfrutar del enorme y animado balneario del lago de Tignes, escalar por su sinigual rocódromo de 20 metros, y, por qué no, desconectar en la oscuridad de uno de sus animados pubs.

Como ya también viene siendo tradición [crucemos los dedos] la nieve nos acompañó durante toda la semana, en tal cantidad que los más inquietos y experimentados no tuvieron que pisar las pistas salvo para embarcarse en uno de los innumerables remontes.

Resumiendo, una semana de nieve, risas, relax y disfrute insuperable, y perfecta para empezar la temporada. Tal vez me surja una pega: “¡A ver cómo superamos esto!”

 
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